El Carnaval: ritualidad y dualismo religioso
- Manuel Alberto Ordóñez Rivera
- 7 mar 2017
- 9 Min. de lectura

La palabra Carnaval se deriva del término del latín carnem-levare que significa “quitarse uno mismo la carne”, que más tarde se abreviaría en italiano a carnevale, o “adiós a la carne”. Retomando la obra de Nancy Conner (Conner, 2008), se define al carnaval como una práctica sociocultural. Sus orígenes se remontan a la Edad Media, época en que éste era un festival que tenía –y sigue teniendo– lugar antes de la llegada de la Cuaresma. El tiempo de la Cuaresma se caracteriza por ser éste un periodo de “arrepentimiento”, para la expiación de la culpa por los pecados cometidos; así como también un período de “conversión”, donde los fieles refuerzan su fe hacia Cristo a través de actos de reflexión y penitencia, tales como el ayuno y la abstinencia de comer carne o cualquier otro vicio. Esto también como una muestra de reconocimiento y respeto hacia la pasión de Cristo.
Entendiendo este conjunto de ideas, se puede ver a la Cuaresma como un rito. La palabra rito se refiere a una costumbre o ceremonia que se repite de forma invariable de acuerdo a un conjunto de normas ya establecidas. Éste es simbólico y suelen expresar el contenido de algún mito. Es importante entender que los ritos varían de acuerdo a cada sociedad o cultura, a pesar de estar basados en ciertas cuestiones comunes a toda la humanidad. (Definición de: Rito, 2016). En este caso podemos hablar de la Cuaresma como un rito de conmemoración y de expiación, ya que se celebra en memoria de la pasión de Cristo y para pedir el perdón divino de éste.


Se le conoce como ritual o rituales a la celebración de los ritos. El concepto de ritual se define como una práctica social repetitiva (tradición) compuesta de una secuencia de actividades simbólicas en la forma de danza, canto, habla, gestos, la manipulación de ciertos objetos, etc. El ritual cabe agregar, es una práctica apartada de las ruinas sociales, es decir, de la vida cotidiana. Los rituales varían mucho, dependiendo del rito al que pertenezcan; éstos van desde lo festivo hasta lo solemne. Entre las funciones que se les atribuyen a los rituales encontramos las siguientes:
De crear orden y control, ya que éstos parten de la idea o concepción simbólica de imponer un orden ante el caos del universo. Los miembros de la sociedad están convencidos de que las cosas tienen cierto sentido, que hay coherencia y regularidad en el mundo.
De crear, mantener o celebrar la unidad y coherencia del grupo o comunidad. Muchas veces celebran la unidad solamente de una parte de la comunidad. También para establecer o marcar las fronteras del grupo, en otras palabras, decir quienes forman parte de la comunidad y quiénes no.
De expresar y reforzar los valores y expectativas, los cuales dependen de la organización social del grupo. Además éstos no son siempre, o mejor dicho nunca, compartidos completamente por todos los miembros del grupo.
El ritual es uno de los conceptos clave de la sociología de la religión. Émile Durkheim en su obra Las formas elementales de la vida religiosa (Durkheim, 1912) postula una relación entre el comportamiento ritual y la adhesión al orden social; poniendo la veneración colectiva a lo sagrado en el centro de su teoría de la solidaridad social. El ritual, organizado en torno a los objetos sagrados como su punto focal y organizado en la práctica del culto, era para Durkheim la fuente fundamental de la "conciencia colectiva", que proporciona a los individuos el significado y los une en una comunidad. La participación en los ritos, sostiene Durkheim, integra al individuo en el orden social, tanto en sus relaciones del día a día como en las celebraciones colectivas que en conjunto se unen a la entidad social. Asimismo, sostiene también que la veneración de un objeto sagrado por parte de una comunidad es una poderosa afirmación de la conciencia colectiva, y una llamada a obedecer la moralidad en dicha comunidad.
Durkheim sostenía que cada grupo religioso tiene tres características: primero, un sistema de creencias que establece qué es o qué se considera sagrado y qué profano dentro de esa sociedad; segundo, una comunidad moral (culto), como un clan, tribu, secta, sinagoga, mezquita, iglesia, etc., que se desarrolla en conjunto con estas creencias y hace cumplir las normas y reglas de la sociedad creyente; y tercero, un conjunto de comportamientos colectivos (rituales). Los rituales proporcionan un punto focal para los procesos emocionales y generan símbolos de pertenencia al grupo. Éstos ayudan a la comunidad a experimentar un sentido compartido de la exaltación y la trascendencia. Este “sentimiento”, que sólo se experimenta a través de la veneración ritual, es la denominada efervescencia colectiva. La única condición de la participación ritual, es que las personas entiendan mal sistemáticamente la energía emocional que experimentan en el proceso ritual, como teniendo un origen sobrenatural. Por lo tanto este malentendido confirma sus creencias religiosas, y la euforia que experimentan los lleva a regresar a su comunidad para volver a experimentar a través de los ritos sagrados.
También, la teoría de Durkheim sostiene que A, cualquier objeto que pueda ser definido socialmente como sagrado y B se venere, reproduciéndose de esta forma, crea relaciones sociales estables. Esta teoría proporciona un mecanismo social de gran alcance, que refuerza la coherencia del grupo y produce la solidaridad social; sin embargo no explica cómo es que se originan los grupos sociales o cómo es que pasan por la serie de cambios que terminan por disolverlos totalmente. Las innovaciones en la vida social, incluyendo la formación de nuevos grupos, parecen ocurrir sólo a causa de acontecimientos externos, ya que, en el sentido de Durkheim, los rituales son meramente fuerzas para su reproducción. Desde una perspectiva funcionalista, las innovaciones sociales y culturales son rápidamente normalizadas e institucionalizadas a través de las prácticas rituales.
Ya que hemos definido al carnaval como un ritual que da pauta a diferentes ritos religiosos. Siguiendo tomando como base las ideas propuestas por Durkheim; en el carnaval, como en cualquier otra práctica o celebración, la alegría, la animación, el entusiasmo que se denota en éste por parte de la población, no es la expresión espontánea de las emociones individuales. En otras palabras, los individuos se alegran, no simplemente por el hecho de que estén felices, sino porque de cierta manera deben estarlo. Esta es una actitud ritual que se está obligado a adoptar, por respeto a la costumbre y compromiso con el resto. El rito, en este caso el carnaval, no exige solamente que se piense de forma alegre, sino que se también se denote ese gozo y animosidad, expresándola de cualquier manera propia del carnaval, ya sea aplaudiendo, cantando o bailando por decir algo.
Como ya se señaló anteriormente, el carnaval es tanto un rito de conmemoración como de expiación. Pero si bien es cierto que esta clase de ritos difiere de otros tipos de rito, como por ejemplo del rito fúnebre, hay un aspecto que todos tienen en común: el hecho de las ceremonias colectivas que determinan, en los que participan, un estado de efervescencia como ya lo menciona Durkheim. Es decir, a pesar de que los sentimientos que se sobresalten sean diferentes, la sobreexcitación en todos los ritos se dará de la misma forma.
La sociedad ejerce sobre sus miembros una presión moral que armoniza sus sentimientos con la situación. En este caso el individuo, cuando está firmemente adherido a la sociedad misma de la que forma parte, se siente moralmente obligado a participar tanto de sus alegrías como de sus tristezas. Desinteresarse sería romper los vínculos que lo unen a la colectividad; sería renunciar a quererla, y desde luego a contradecirse. Si sonríe, si grita, no es simplemente para expresar una alegría individual; es para cumplir un deber que la sociedad circundante no deja de recordarle cuando llega el momento de hacerlo.
Por otra parte, se sabe cómo se intensifican los sentimientos humanos cuando se afirman colectivamente. La alegría, como la tristeza, se exalta, se amplifica, repercutiendo de conciencia en conciencia y llegando en consecuencia, a expresarse hacia afuera con gestos y movimientos. Es una agitación de entusiasmo y diversión, en la que inclusive muchas veces se experimenta la necesidad de hacer algo fuera de lo permitido. En esta dinámica uno goza con sí mismo y con los demás. La expresión común de esos sentimientos tiene, como siempre, el efecto de intensificarlos. Al afirmarse, ellos se exaltan, se enardecen, alcanzan un grado de violencia que se traduce en la violencia correspondiente de los gestos que los expresan. Todas las prácticas o celebraciones, por el solo hecho de ser colectivas, elevan el tono vital.

Retomando la obra del autor escocés William Robertson Smith, de quien quizá su mayor contribución a la Antropología de la religión, fue el haber planteado la serie de ideas que nos hablan sobre la ambigüedad de la noción de lo sagrado; esta dualidad de términos: lo sagrado y lo profano, lo puro y lo impuro. Ambos desempeñan la misma función, afectando de igual manera la conciencia de los fieles: el respeto que inspira la noción de lo sagrado y lo profano se mezcla con amor y reconocimiento. Entre estas dos fuerzas que aquí coexisten, es imposible no hacer un contraste o comparación, y darse cuenta de que aquí encontramos el antagonismo en su forma más radical.
La fuerza de lo sagrado aleja de sí a la fuerza de lo profano y viceversa, negando o contradiciendo una a la otra. Ya se trate de la primera o de la segunda, todo contacto con la otra se considera como la peor de las ofensas para sí. Así es como todo el campo de la religión gravita alrededor de estos dos polos diferentes, entre los cuales existe la misma posición entre lo puro y lo impuro, lo santo y el sacrílego, lo divino y lo diabólico.
Aunque los dos polos de la vida religiosa luchan por mantenerse alejados el uno del otro, la mayoría de las veces no se da cuenta de que entre ellos existe una gran cercanía. A pesar de lo difícil que esto pueda sonar, suele suceder que una cosa maléfica o impura se transforme, por el simple hecho de encontrarse en circunstancias o en un contexto diferente, en una cosa santa o benévola. Dicho de otra forma: el sacrílego es simplemente un profano que ha sido contagiado por una fuerza religiosa benefactora. Éste cambia de naturaleza al cambiar de hábitat; puede ser también el caso de que algo profane en lugar de santificar. Lo puro y lo impuro no son pues dos géneros separados, sino dos variedades de un mismo género, pues ambos en conjunto comprenden todo aquello que tiene que ver con lo sagrado. La ambigüedad de lo sagrado consiste en la posibilidad de esas transmutaciones o transformaciones.
Retomando de nueva cuenta la obra de Churchill Conner, ahora enfocándonos en la figura del Diablo dentro del contexto del carnaval. Todos sabemos lo que significa el nombre de Satanás, el diablo o el demonio dentro del Catolicismo. Esto es algo que no requiere de ninguna explicación. La concepción que se tiene del diablo o demonio dentro de la religión católica; el hecho de ser éste la imagen o idea más aberrante que se tenga, al ser la representación más clara de lo profano o sacrílego. Sin embargo, y tratándose de una celebración tan llena de diversión, júbilo y alegría, en el caso del carnaval podemos ver que ocurre justo lo contrario. La figura del diablo dentro del carnaval, es un personaje cuya tarea o papel principal es la de nada más y nada menos que la entretener al público, gastándoles bromas o travesuras, que más que actuar como una entidad amenazante, actúa como un payaso juguetón.
Aun así, dentro del carnaval, el diablo mantiene esta esencia representando al mal del mundo, que ha de ser superado con el triunfo de la resurrección de Cristo. La celebración del carnaval en relación con los días sagrados de la Cuaresma y su cierre con el Viernes Santo y Domingo de Pascua, aquí es simbolizada con la figura del diablo que, como vemos, desempeña un papel fundamental dentro esta festividad. El diablo representa el mal, que ha de ser superado con el triunfo del bien: Jesucristo y la Virgen María.
Lo interesante de toda esta cuestión aquí, es el hecho de ser el diablo –la maldad misma– esta figura a la que la Biblia se refiere como la peor de las entidades que pueda existir. A pesar de estar presente esta dualidad de lo sagrado y lo profano, el cómo el diablo pasa de ser una figura temible, que para muchos incluso no resulta agradable el hecho de mencionar, a ser una figura carismática y divertida, que incluso se podría decir, en muchas ocasiones se roba el protagónico del carnaval, llegando a ser un personaje aún más popular que los mismos huehues y maringuillas. Todo esto, sin dejar nunca de lado la cuestión del rito ni olvidar el por qué o significado de éste.
CONCLUSIÓN
Los dos polos de la vida religiosa corresponden a los dos estados opuestos por los cuales pasa toda la vida social; entre lo sagrado fasto y lo sagrado nefasto hay el mismo contraste que en los estados de euforia y disforia colectiva. Unos y otros son igualmente colectivos entre las construcciones mitológicas que se crean alrededor de éstos, que expresados en común van desde el extremo abatimiento a la extrema alegría, y de la irritación dolorosa al entusiasmo extático.
En todos los casos hay comunión de conciencias y bienestar mutuo como consecuencia. El proceso fundamental siempre es el mismo, solo que las circunstancias lo colorean de forma diferente. En definitiva, la unidad y la diversidad de la vida social son las que hacen, a la vez, la unidad y la diversidad de los seres y las cosas sagradas.
Así, las prácticas como las creencias, no se ubican en géneros separados. Por complejas que sean las manifestaciones de la vida religiosa, en el fondo, ésta será siempre una y simplemente una sola. Ésta responde en todas partes a una misma necesidad y deriva de un mismo estado del espíritu. Bajo todas esas formas, tiene por objeto elevar al hombre por encima de sí mismo y hacerle vivir una vida superior a la que llevaría si obedeciera únicamente a sus espontaneidades individuales: las creencias expresan esta vida en términos de representaciones; los ritos las organizan y regulan su funcionamiento.


BIBLIOGRAFÍA
Conner, N. C. (2008). El Carnaval en los Barrios Antiguos de Puebla. El Carnaval en el Barrio de Xonaca.
Definición de: Rito. (2016). Obtenido de Definición.de: http://definicion.de/rito/
Durkheim, É. (1912). Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: AKAL.
Lowie, R. "Sociología francesa". En Historia de la etnología, México, F.C.E., 1985, pp. 240-264.
Warner McReynolds Bailey, Theology and criticism in William Robertson Smith, Yale University, 1970 (thèse) (en inglés)
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